En esta ocasión me he decidido a pegar un extracto del libro
“20 Pasos hacia Adelante” de Jorge Bucay (médico y psicoterapeuta gestáltico).
En él el autor nos muestra cuáles son en su opinión los 20
pasos hacia la cercanía de la autorrealización. Son estos:
- Trabaja en conocerte
- Decide tu libertad
- Ábrete al amor
- Deja fluir la risa
- Aumenta tu capacidad de escuchar
- Aprende a aprender con humildad
- Sé cordial siempre
- Ordena lo interno y lo externo
- Transfórmate en un buen vendedor
- Elige buenas compañías
- Actualiza sin prejuicios lo que sabes
- Sé creativo
- Aprovecha el tiempo
- Evita las adicciones y los apegos
- Corre solamente riesgos evaluados
- Aprende a negociar lo imprescindible
- Iguala sin competir
- No temas al fracaso
- Vuelve a empezar
- No dudes del resultado final
Dentro del interés general de todos los pasos, me ha llamado
la atención el referente a NO TEMAS AL FRACASO, puesto que considero que es
este y no otros el que puede condicionar a todos los demás.
El extracto nos
induce a la reflexión sobre “¿Cuánto miedo tenemos a hacer las cosas mal? ¿Cuánto
miedo tenemos a hacer las cosas mal delante de otros? ¿Cuál es el peso de esto
para que nos presionemos a hacer las cosas bien? ¿cuál es la exigencia que eso
nos supone? ¿merece la pena?.
Por tanto, para superar miedos, etc.. en cualquier proceso
terapéutico siempre hay un componente ensayo/ error en cual hay que modelar y
buscar su lado positivo, y no es otro que aprender de ese error y actualizar tus
aptitudes y actitudes para poderlo afrontar de nuevo desde otra perspectiva, en
definitiva, CRECER.
Dice así:
El desarrollo personal, representa a la vez meta y desafío,
y es condición propia para la realización, así como estación forzosa para
descubrir nuestra capacidad de ayudar a los otros.
Pero a este crecimiento interno, tal como lo concibo, no
puede acceder más que atreves de la experiencia cotidiana de vivir y de
equivocarse. Aprender es la cosecha de crear lo vivido, mucho más que un mero
ejercicio intelectual.
De hecho, desde lo pedagógico, sólo se puede aprender desde
el error. Si haces algo bien desde la primera vez, puede ser que halagues tu
vanidad, pero no aprendes nada. Ya lo sabías.
Si está en juego tu vanidosa lucha por el éxito, tus
alegrías provendrán solamente del logro de lo perfecto. Si lo más importante
está en el aprendizaje, y con él el crecimiento, entonces equivocarse será
parte esencial y deseable del proceso. Aunque nos equivoquemos, es constructivo
haber hecho lo hecho. Al menos alguna cosa habremos aprendido de este fallo.
Tal vez aprendimos que ésta no era la manera; tal vez que éste no era el
momento; tal vez que ésa no era la persona o quizá ¿Quién sabe?..., que hacer
eso no era tan sencillo.
Nuestro temor a equivocarnos es el resultado de nuestra
educación. Desde la niñez, no han dicho que debemos intentar no cometer
errores. Y ésta es una de las enseñanzas más importantes en todas las
sociedades del mundo, la más condicionante de las pautas de nuestra cultura y
más dañino de todos los mandatos.
Sobrecargamos a los niños con más y más exigencias de
acertar y, por eso, lógicamente los condicionamos para creer que necesitan
siempre a alguien, más poderoso o más autorizado, que les diga qué es lo
adecuado y lo inadecuado de sus creencias. Queremos padres que nos enseñen qué
está bien, para protegernos de todo mal; queremos leyes duras que decidan qué
debemos hacer y quiénes deberíamos ser, y que castiguen con crueldad a los que
estén de acuerdo; queremos gobernantes celadores que nos carguen de mandatos,
razones y amenazas para que la sociedad no cometa más errores y no tengamos más
sorpresas ni sobresaltos.
De alguna manera, actuamos como si no quisiéramos
crecer; como si nos gustara seguir siendo niños, deseando que se ocupe de todo;
alguien que, desde arriba, en el sentido político, geográfico o divino, nos
obligue a todos a hacer “lo correcto” y nos proteja de la soledad, del
abandono, del dolor y del desprecio de los que no nos permiten equivocarnos. De
muchas formas, estamos entrenados para evitar el error, y sólo haciéndolo y
esperando lo mismo de los demás nos sentimos seguros.
Te propongo que nos reíamos juntos de ti y de mí, de todas
las veces que actuamos como el protagonista de esta historia.
Un hombre invita a una amiga a ver una película, de
aventuras. En la puerta del cine le cuenta él que ya la ha visto y que le gustó
tanto que ha decidido volver.
A la mitad de la película, él le dice:
- ¿Qué apuestas a que cuando llegue el piso, no entra?
- Pero si ya has visto la película… - Lo increpa la joven.
- Sí. Qué te apuestas a que no entra en el piso…
La chica no contesta, pero en la película el protagonista
entra en su piso y es golpeado salvajemente por los que le estaban esperando.
El hombre mira a la mujer, que lo contempla con sobresalto y
le explica:
- Es que pensé que después de la paliza que le dieron ayer
hoy no iba a entrar….
Gracias a mi madre por
invitarme a leer el libro.
Buen artículo lástima que ya este olvidado el blog
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